Cerro Toco, un trekking al alcance de todos

El que parece ser un hermano menor del imponente volcán Licancabur, guarda una emotiva leyenda que puede resultar sanadora y especial para muchos. Una cumbre perfecta para iniciarse en el senderismo de alta montaña.

Cuenta una antigua leyenda andina, que hubo un tiempo en que la escasez de alimentos obligó a los animales carnívoros de la zona precordillerana de San Pedro de Atacama a buscar comida en las planicies. Así, un hambriento jaguar encontró a un niño que jugaba junto a una fogata, a la que el felino temía; lo acechó, lo cazó y lo llevó con él a la cumbre del cerro Toco. El menor era hijo del chamán, el llamado hombre mágico del pueblo, quien no dudó en seguir las huellas del felino para vengar la muerte de su niño.

Cuando finalmente lo tuvo frente a él, decidió convertirlo en roca para apaciguar su dolor. Hoy, se dice que quienes conquisten los 5 616 metros de altura del Toco verán la figura del malogrado animal, y que quienes hayan perdido a un ser amado podrán depositar allí una ofrenda para calmar su tristeza. Muchos viajeros que conocieron la historia se emocionaron hasta las lágrimas en la cima, que transmite es serenidad en quienes buscan consuelo.

El cerro Toco es un volcán extinto cuyo nombre en lengua kunza significa “Rincón de agua perdida”, y en él  se encuentra la mina de azufre Purico, de donde se extraía mineral dos décadas atrás. Se trata, sin duda, de una de las cumbres precordilleranas en la región de Antofagasta más accesibles y de baja dificultad para quienes se inician en trekking de alta montaña, debido a que no son más 400 metros los que se han de subir desde la base, en una caminata que dura media jornada.

Aquella mañana partimos rumbo al Toco desde el lodge Nómade en una 4×4 junto a Mauricio Vargas, nuestro guía del touroperador sanpedrodeatacama.net. Desde San Pedro tomamos la ruta internacional CH-27, misma que encamina hacia el majestuoso volcán Licancabur, conocido como “El volcán del pueblo”. Tras breves quince minutos hicimos una primera escala a 3 000 metros de altitud, necesaria para un proceso de adaptación del cuerpo a la altura. Allí permanecimos media hora, momento en que aprovechamos para recrearnos observando la inmensidad del desierto, donde destacan el salar de Atacama, el oasis de San Pedro y el Valle de la Muerte. Desde este punto, tuvimos un rango de visión de más de 270 kilómetros.

Luego de conducir por casi 60 kilómetros, y tras una nueva y breve parada a los 4 200 metros de altura, nos desviamos por un camino de ripio zigzagueante hacia el sector sur del Toco. Las vistas desde allí muestras esplendoroso el valle de Chajnator, donde se establecieron las cúpulas y antenas del mayor proyecto astronómico existente: ALMA (Atacama Large Millimeter Array, por sus siglas en inglés). Cuando la carretera indicó el final del camino de autos y ya no se pudo avanzar más, a los 5 200 metros, descendimos  del vehículo y nos equipamos con chamarra, gorro, lentes de sol y calzado de trekking. Mauricio nos explicó que la temperatura corporal debe estar siempre confortable para evitar las dos principales enfermedades de la alta montaña: el edema pulmonar y el edema cerebral. Esta última es la más compleja, asociada a la fuerza bruta del ser humano cuando tiene la decidida idea de alcanzar la cumbre a pesar de que el cuerpo le diga basta. Es por eso que nuestro guía siempre analiza la condición física y de salud de los escaladores, previo a comenzar la ruta hacia la montaña.

Nuestros primeros pasos fueron sobre un terreno estable marcado por huellas de camionetas, aunque en gran medida cubierto por mantos de nieve y hielo puntiagudos, una suerte de pequeños seracs que brillaban en medio del color blanco-amarillento que otorga el azufre. Mientras caminábamos, el viento nos golpeaba a una velocidad de entre  60 y 70 kilómetros por hora, siendo esto una muestra de lo que vendría más adelante.

A los 5 300 –siempre por la ladera sur- nos desviamos de aquel camino, hacia un sendero firme y suave sin demarcar, con tonalidad oscura y particulares características vulcanológicas. Fue en ese instante cuando Mauricio nos instruyó con un claro mensaje: debíamos avanzar en fila india detrás de él, muy lentamente y evitando hablar, debido a los problemas que puede acarrear mientras el cuerpo produce adrenalina, oxitocina y endorfina. Si bien la pendiente superaba levemente los 15 grados de inclinación, y la subida se realizaba en todo momento sin la necesidad de ocupar las extremidades superiores, la respiración se hacía cada vez más difícil y el viento gélido y el sol castigador eran los mayores obstáculos.

Pronto nos dimos cuenta que no acatar al pie de la letra las indicaciones de Mauricio, traería consigo vómitos, mareos y más de un repentino dolor de cabeza. Las dificultades, sin embargo, no nos detuvieron, y tras dos horas de ascenso, realizamos un último descanso junto a unas rocas cuando la cima se veía ya bastante cerca.

El esfuerzo constante y la hidratación necesaria nos permitieron alcanzar los 5 616 metros del Toco. Desde lo más alto pudimos observar las cumbres del Licancabur, el Juriques y el Llulaillaco, además de la laguna Blanca, ubicada en territorio boliviano. Descubrimos también la figura inconfundible del jaguar, simulada en una roca que pareciera ser la silueta de la cabeza del felino, que permanece guardián en la punta del cerro esperando la llegada de todo aquel intrépido que ose escalar la montaña que es su morada.

Allí comprendimos que alcanzar la cima no debe entenderse como un fin u objetivo en sí mismo, sino como un instante de meditación, sanación y entendimiento personal. La montaña es un aliado a la hora de reflexionar, de recapacitar y de encontrarse. Aquello fue motivo suficiente para permanecer algunos minutos y obtener fotografías de un paisaje coloreado de amarillo pálido, café, rojo, blanco, y un inagotable coctel de tonalidades ocres.

La tarea de descender fue mucho más expedita, más  no sencilla. Mauricio nos condujo por el mismo sector sur del cerro Toco, pero por un camino resbaladizo de roca suelta que fue testigo de más de una caída. Luego tuvimos que sortear un bloque de nieve de más de diez metros de ancho que se extendía descendente a lo largo de la cuesta. En ese momento, ráfagas de viento de más de 100 kilómetros por hora nos derribaban sin contemplaciones y sin tregua. Hacia el fondo teníamos la vista nuevamente del proyecto ALMA y del sendero que nos llevaría nuevamente a nuestro vehículo. Exhaustos y con un ritmo cardíaco acelerado, caminamos los últimos 200 metros contentos de haber cumplido con este desafío, que aunque es tildado de baja intensidad, llega a ser duro para quienes no estamos acostumbrados a caminatas a tantos metros de altura sobre el nivel del mar.

Una última mirada hacia la cima del Toco. Algunos suspiros agitados y un personal pensamiento antes de que el calor del interior de la camioneta nos envolviera de nuevo, mientras emprendíamos el camino de regreso rumbo a San Pedro de Atacama, aquel soleado pero frío y ventoso día de octubre.

Be the first to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*