Viaje a lo largo de Catalunya, Los monasterios cistercienses

Se pueden realizar infinidad de rutas, seguro que todas igualmente bellas, por las tierras catalanas, pero, en todo caso, no es posible sustraerse al encanto de un itinerario que reúne tantos atractivos como el que ofrece este periplo por el sector meridional de Urgell, la conca de Barberá y las comarcas del camp de Tarragona, repletas de arte e historia.



A lo largo de nuestro viaje podremos recorrer los centenarios monasterios cistercienses catalanes Santes Creus, Vallbona de les Monges y Poblet; admirar la espectacularidad de las murallas de Montblanc; disfrutar de los parajes del bosque de Poblet y de la sierra de Prades; descubrir los secretos de la industriosa Reus y, por último, empaparnos del encanto mediterráneo y romano de la ciudad de Tarragona.

La travesía está jalonada por tres hitos claros. El primero de ello lo forman los tres monasterios cistercienses citados, Montblanc y Prades, principales escenarios de la historia religiosa medieval catalana; el segundo se alcanza con la visita a Reus, capital representativa del desarrollo agrícola e industrialen el campo tarraconense; el tercero, finalmente, es un puente entre ambos intereses, pues la Tarraco Imperial romana aúna historia y vida en una proporción equilibrada.

El movimiento cisterciense llegó a Cataluña a mediados del siglo XII, cuando ésta completaba su territorio con la conquista y repoblación de la llamada Catalunya Nova. Mientras la Catalunya Vella contaba ya con una gran densidad de fundaciones benedictinas, la Catalunya Nova fue el ámbito de expansión de los cistercienses y de las nuevas órdenes militares relacionadas con ellos, como la de los templarios. El hecho de que en los tres monasterios se hallen los mausoleos de las principales familias nobles del principado y de la casa real catalano-aragonesa demuestran el gran significado religioso, cultural y político de estos centros para Cataluña y Aragón durante la época bajomedieval.

El monasterio de Santes Creus está situado en la comarca de Alt Camp, en el término municipal de Aiguamúrcia, en el sector más Septentrional del Camp de Tarragona, amplia llanura litoral y pre-litoral circundada por un anfiteatro de montañas. Santes Creus se levanta en el valle del río Gaià, cuyas riberas se adornan con algunas bellas alamedas y en los cultivos se prodigan los avellanos, viñedos, almendras y olivares.

El cenobio conserva gran parte de sus edificaciones, pudiéndose visitar los claustros, la iglesia, con los famosos panteones reales, el dormitorio de los monjes, donde se celebran conciertos en verano, la sala capitular y el palacio real. Los espacios aledaños; plaza de Sant Bernat, puerta de I’Assumpta y la albereda redondean un conjunto de gran atractivo.

Santa María de Poblet, el cenobio cisterciense más grande de Europa y panteón de los reyes de la corona de Aragón, se encuentra en la comarca de la conca de Barberà, entre Vimbodí, a cuyo municipio pertenece, y l’Espluga de Francoli, al pie de las estribaciones septentrionales de las montañas de Prades. En él es posible visitar: la iglesia con las tumbas reales, el claustro mayor, la bodega y la sala capitular, así como otras muchas dependencias del monasterio. Los monjes que hoy en día habitan y cuidan de él, hacen de Poblet un ejemplo de espiritualidad y paz.

El monasterio femenino de Santa María de Vallbona, situado al sur de la comarca del Urgell en el término de Vallbona de les Monges, cierra la trilogía de las grandes construcciones cistercienses de Cataluña. Su situación también guarda analogía con la de los otros dos cenobios: se encuentra en un valle abierto en la vertiente norte de la sierra del Tallat y rodeado por un paisaje, un tanto severo, de Bosque y cultivos, hoy predominantemente cerealísticos. En esta ocasión es de obligada visita la iglesia, con la tumba de la reina Violant de Hungría; el coro de la iglesia, donde las monjas se reúnen para los rezos; su espectacular y refinado cimborrio; el claustro, mezcla de romántico y gótico; la sala capitular, con la figura de la Virgen de la Misericordia; y la capilla con la Virgen del Claustro, pieza romántica de dulce expresión.

Las visitas a la villa ducal de Montblanc y a la villa de Prades completan el recorrido medieval. Montblanc fue una importante ciudad de Catalunya Nova y un punto muy frecuentado por la realeza catalana como lugar de veraneo. Hoy es la capital de la conca de Barberà y conjunto monumental histórico nacional. Todavía conserva el trazado urbano medieval y en ella destacan: el recinto amurallado, uno de los mejor conservados de toda Cataluña, la iglesia parroquial de Santa María la Mayor, la iglesia de Sant Miquel, el santuario de la Serra, en las afueras, y el palacio real. Por su parte, Prades, la llamada Vila Vermella, fue centro de un importante condado vinculado a la corona catalano-aragonesa, pero apenas conserva vestigios de su antigua grandeza. No obstante, posee elementos y rincones muy pintorescos que, junto con el bellísimo paisaje que la envuelven, hacen que merezca un alto en el camino viajero.

Desde el silencio de los claustros al bullicio de la ciudad, pasaremos por el bosque de Poblet, paraje natural de interés nacional, y recorreremos las agrestes vertientes de la sierra de Prades, entre unos árboles en que uno imagina escuchar los cuentos infantiles y un aire cargado de mil olores y el canto de los pájaros. Son bellos paisaje que invitan a practicar el excursionismo al que tan aficionados son los catalanes.

Cuando se entra a Reus, todo cambiara. La capital de Baix Camp es una de las ciudades más vitales y dinámicas de la Catalunya Nova, sobre todo a partir del siglo XVIII con el comercio del aguardiente, y, además, comparte con Tarragona la influencia cultural, social y económica sobre el resto de las poblaciones de la provincia. Gran parte de los vestigios del pasado han sido sacrificados por la especulación inmobiliaria, pero aún hoy en día se pueden encontrar, esparcidos por toda la ciudad, edificios tan singulares como las modernistas casa Navás, Rull y Gasull, que muestran el modo de vida de la burguesía local de principios de siglo.

Después de nuestro recorrido por la sobriedad cisterciense y por la elegancia que resta del tiempo de la industrialización, llegaremos a nuestra última etapa: la ciudad de Tarragona. En ella se aúnan todos los elementos que hemos apreciado hasta el momento por separado: la historia, el silencio, la modernidad, el bullicio y la luz.

Así, también en Tarragona podemos contemplar los vestigios del pasado, aunque esta vez desde la época romana, ya que esta ciudad fue capital de una de las provincias imperiales y es uno de los lugares de la península que mejor conserva los resto de su romanización ; o bien podremos pasear por su recoleto recinto amurallado, buscar la belleza en las tiendas de antigüedades que hay esparcidas por el casco antiguo, disfrutar de la luz y del paisaje marítimo en el balcón del Mediterráneo, bañarnos en sus playas, practicar todo tipo de deportes terrestres o acuáticos e, incluso, reponer energías en una mesa bien servida. Todo esto y más es Tarragona.

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